sábado, 10 de septiembre de 2016

10 fantasmas

Él se acostaba todas las noches como siempre: vestía la pijama a cuadros, se dejaba las medias y orinaba antes de acostarse. Ignoraba que al dormir, 10 fantasmas con su espíritu aparecían sobre los sueños de otras personas en diferentes lugares del mundo. 

Su imagen aparecía en una casa humilde de Pereira, entre los sueños de una mujer mayor que él, que de vez en cuando lo veía desvestir su cuerpo atlético para darle sexo con el ímpetu de un hombre siempre virgen. Él era su fantasma recurrente, aunque cada vez lo soñaba menos y en sus pensamientos lo llamaba con otro nombre. 

Otra mujer, que él no conocía, miraba absorta la oscuridad esperando su imagen y cuando la encontraba lo contemplaba pasar a lo lejos como todas las mañanas. Se preguntaba de dónde venía, cómo acercarse a él, cómo desnudarlo, cómo invitarla a desnudarla lentamente mientras su vientre bullía asaltado por sus dedos frenéticos. Un hombre que vivía en la casa de al lado también pensaba lo mismo y ambos ignoraban que hacían una suerte de trío con un fantasma que no los veía. 

En la madrugada, acostada al lado de su marido, de pronto abría los ojos la única mujer que lo tuvo por completo, aquella cuyo sexo consumía por horas cocido lentamente por un amor que nadie, ni siquiera ellos, pudieron comprender. Se levantaba en silencio, con su sigilo de costumbre, intranquila, tomaba un vaso de agua y pensaba en él mirando por la ventana. Luego volvía a la cama y se acostaba de espaldas a su esposo. A veces su marido se despertaba, pero había decidido dejar de insistir, no volver a preguntar qué le pasaba con la inocente esperanza de que algún día le dijera. Ella nunca le diría que soñaba con un fantasma, con la inocente esperanza de dejar de soñarlo alguna vez aunque que con mucha frecuencia terminaba odiándolo con toda el alma, sólo un poco más de lo que se odiaba a sí misma. El fantasma los atormentaba a los dos, aunque para ambos tenía una apariencia muy distinta. 

Cuando él soñaba, con frecuencia visitaba a sus amores platónicos. En sus camas dormían tranquilas aquellas destinatarias de sus mejores frases, de contundentes metáforas, de sus cursis poemas, de sus absortas y más profundas miradas... de sus pensamientos obscenos. La morena de sonrisa blanca y perfecta perseguida eternamente por un eco de suspiros, la misma que alguna vez alcanzó a conmover con un par de palabras; el rocío que conoció una tarde y que desapareció como una ventisca en medio de una nota de blues; la piel de durazno que nunca besó y la costeña fanática que insistía en amarlo con su sagrado corazón al lado de su esposo casi fiel. 

Pero el único fantasma que de verdad daba miedo era él mismo cuando se veía en sueños. Etéreo, surreal, monótono y sin más vida que un susurro de otoño, menos que una imagen borrosa que de vez en cuando aparece en los sueños de personas que no lo extrañan.

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